Por Karina Coss/Fotografía RogerWatersTour

La pregunta llegó al final “¿Alguien cumple años hoy?, la audiencia que admiraba de lejos y cerca a un Roger Waters apacible y satisfecho no respondió, ese cuestionamiento no entraba en el guión de la obra maestra del ex Pink Floyd, The Wall no termina nunca con “Another Brick…” y menos si la letra no habla de tirar ladrillos y rebelarse contra maestros opresores, sino de canciones que cantaba el Rey David como nos presumen “Las Mañanitas” mexicanas.
La noche del domingo 19 de diciembre, Roger Waters quiso hacer evidente su agradecimiento hacia el público mexicano, lucía diminuto frente al gran aparato tecnológico y escenográfico que constituyó su espectáculo multimedia, lucía sonriente e hinchado de gozo, alejado quizá de ese joven que escribió letras y acordes deprimentes hace más de tres décadas. Sí, Roger Waters se divertía cantando la paródica versión mexicana de Another Brick in The Wall que se hiciera famosa en nuestro país gracias a la difusión de las estaciones de radio cada que fuese necesario felicitar a alguien por su cumpleaños.
Ese gesto de Waters hacia el público mexicano no fue el único de la noche, antes, al igual que Paul McCartney hizo cuando piso nuestros territorios, se dijo sorprendido por el parpadeo rítmico de los encendedores. La lumbre era un asomo de nostalgia, una renuncia al teléfono celular, el fuego de los encendedores prendía y apagaba cada dos segundos para decirle al autor de esta obra musical que estaban disfrutando, que tenían algo en común, que en sus historias personales también cabían las notas de las 25 piezas de su multivendido álbum.
Pocas veces podrá apreciarse en el eufórico México a un público extrañamente ordenado, la parafernalia con rojos, negros y blancos sobresalientes mezclaba proyecciones de imágenes de guerras y de rechazo al mercantilismo contemporáneo, había también banderas que ondeaban, gigantes marionetas, muñecos de trapo, martillos danzantes, el ya clásico cerdo volador tatuado de consignas antibélicas y por supuesto, el muro, el gran muro que cayó finalmente luego del unísono y repetido grito de “Tear down the wall!” “Tear down the wall!” “Tear down the wall!”
Fue así como Waters, después de 30 años de haber escrito su archireconocido disco, ése al que unos llaman “el mejor álbum de la historia” confesó una vez más sus miedos y bajezas, los tristes recuerdos de su padre muerto y de una madre sobreprotectora, las frustraciones de un rockstar que ante la apabullante atención de sus seguidores prefiere esconderse tras una pared y gritar, llorar, maldecir y quedarse, al final, cómodamente adormecido.
Roger Waters ofreció un concierto en el que la simpleza de su indumentaria –que no fue más allá que ropa negra y tenis blancos– contrastó con las animaciones que contaban historias, el drama, el teatro, la espectacularidad, la magia y la catarsis. Y respetó a cabalidad la entereza de su obra, desde In The Flesh con aviones estrellados, hasta Outside The Wall, pasando, claro está, por esas piezas claves como Comfotably Numb, Hey You o Run Like Hell.
Así se les fue la noche a los más de 10 mil reunidos en el Palacio de los Deportes, así se acabó la tarde en el que todos jugaron a ser críticos políticos o simples espectadores de un mundo torcido, así se unieron a lo que es ahora el mensaje de The Wall: la negación al sistema imperante y a las ideologías ajenas a la paz, porque hubo una pregunta a la que el público sí contestó, ¿podemos creerle al gobierno?”, cuestionó Roger mientras interpretaba Mother a lo que, obedientes todos, gritaron convencidos lo que la gigante pantalla ofrecía en una leyenda: ¡Ni madres, wey!


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